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Pregunten, pregunten en un foro (aquello que había
antes de los blogs) cualquiera cuál es la mejor
serie de dibujos de la historia y abrirán un debate
interminable, una sucesión de mensajes de a ver
quién la tiene más gorda, metafóricamente
hablando, en el típico tema de conversación
que así de cara al foro queda como muy respetable
(qué tío el SuperCoco77, se sabe
los nombres de la pandilla de Don Gato en inglés),
y que en realidad es un cúmulo de información
inútil que está ahí comiéndonos
espacio en el celebro, y que debería darnos vergüenza.
Pregunten, a continuación, cuál es la peor
serie de dibujos de todos los tiempos, y no habrá
debate alguno: LOS FRUITTIS, gritarán todos
a una tras matar al comendador (o al presidente de D'ocón
Films, productora de aquel espanto). Sumerjámonos
pues con el Comandante Cousteau en las profundidades
del horror televisivo, y devanemos la inmensa madeja de
cagadas que componían tan ilustre serie, empezando
por lo desacertadísimo del argumento:
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Ni
la cabecera de Planeta Imaginario daba tan mal rollo.
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La
Guía del Autoestopista Galáctico define
la FRUTA como: alimento rico en vitaminas reales y aún
más rico en vitaminas inventadas por los progenitores
terrícolas, considerado por los niños de
dicho planeta de ingestión forzada, obligatoria,
y por tanto un mal desayuno, peor postre (viva el Dalky)
y opción altamente vergonzante para comer en los
recreos, al fomentar la marginación social del
resto de niños, quienes, mientras el raro de la
clase mordisquea su manzanita, se dedican a intercambiar
los cromos del Bimbocao. Se desarrolla, pues, en
el subconsciente infantil un odio acérrimo a la
fruta (hacia la verdura no puede ser más consciente
y manifestado: "¡Qué asco, acelgas!
¡No me guuuustan!"). Y el que no lo tuviera,
lo desarrollaría tras ver esta serie. El gremio
de fruteros mostró su repulsa hacia el despreciable
acto terrorista contra su negocio perpetrado por D'Ocon
films bajo el beneplácito de TVE, que no condenó
el atentado.
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Ya
no es que copiasen argumentos y animaciones. Es
que los personajes se copiaban unos a otros.
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La serie era, se supone, de "dibujos animados".
Los dibujos eran bastante poco inspirados, con bordes
gruesos más propios de un Stick-Stack que
de un personaje de la tele (ni Citronio y Naranjito
eran tan cutres), de acabado tosco en muchas ocasiones
y colores escogidos a mala leche, especialmente en el
caso del plátano Mochilo, con amarillos y verdes
que batían tus retinas a punto de nieve. Por otra
parte, la animación hacía que un zootropo
pareciese una sala del IMAX, y la repetición de
imágenes (como los Fruittis andando, el baile de
Gazpacho o los primeros planos de los personajes) dejaban
a Fotocopia Toriyama en la cuneta. Los escenarios,
al más puro estilo Hanna-Barbera, se repetían
una y otra vez de tal forma que cuando los Fruittis andaban
de un lado a otro, el público experimentaba un
Deja-Vu continuo. Y creedme que básicamente
era lo que hacían, andar de un lado a otro y hablar
en primer plano. Lo peor de todo era el acabado. Al pasarlo
directamente a video, se conseguía un aspecto cutre
a más no poder, donde los personajes "flotaban"
por encima del escenario, sin quedar integrado fondo y
muñeco en ningún momento. Todo por ahorrar
dinero, ya te vale, D'ocon. Pasemos ahora a desglosar
el reparto: una macedonia (jo-jo-jo) de personajes que
todos conocemos y odiamos, y cuya mayor baza fue sacar
unas gominolas que estaban bastante buenas (aunque la
de Pincho sabía a blandiblup).
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Multiplicar
el puño de Kaito por 20 requiere un esfuerzo
inmenso.
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La estrella era, sin duda, Gazpacho; y no porque lo diga
yo, que tenía una canción que lo decía
("Gazpacho, Gazpacho, de los fruittis es el mejor
").
Como buena serie española, no podía faltar
el andaluz saleroso cabezón y necio que mete la
pata cada dos por tres, para solaz de la audiencia (viva
la Juani, ele qué arte); para reforzar su gracejo
natural y evocador nombre, le plantaron un sombrerito
cordobés, convirtiendo al pobre infeliz en una
especie de Juanito Valderrama ovoide, marrón
y con la cara como Pinhead. Lo mejor, la elección
de la fruta: como el gazpacho presenta pocas opciones
de vegetal, en lugar de ser un tomate, un pimiento o incluso
una cabeza de ajo, Gazpacho era una piña,
producto típicamente andaluz como ustedes ya sabrán.
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Tengo
et-tas et-tampitas, pero son moradas y mu'feas.
¿Me la'cambia por unas verdes, señó?
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Continuando con tan grandioso elenco, encontramos a Pincho.
Enfrascados en el continuo debate sobre si el tomate es
o no una fruta, nadie dudó que un cactus lo fuera.
Porque el bueno de Pincho era un cactus, a pesar de que
las malas lenguas lo identificasen como un higo chumbo
(al igual que yo identifico la serie entera como una castaña).
Provenía de Mexico, donde tenía un primo
músico con el imaginativo nombre de Pinchurrito,
y cuyas espantosas canciones eran útiles para hacer
llover, vivan los tópicos. La gracia de Pincho,
más limitada que la de Gazpacho al no contar con
un acento gracioso por tradición, se basaba en
ser más tonto que un parramplas y, lógico,
en pinchar a Gazpacho en el culo por accidente. Inserte
aquí su propia broma sexual.
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Esa
cara, esas botas, ese peinado, ese baile... Bakala
tenía que ser.
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Como contrapunto serio, el sapientísimo plátano
Mochilo era la voz de la razón y la conciencia.
Siempre me ha fascinado que los personajes de ficción
tengan nombres que describen su personalidad, como esos
millonarios de los tebeos de Ibáñez que
se llaman "Muchapástez" o "Billetini",
y es que si uno tiene la mala suerte de llamarse Mochilo,
pues mejor será que no luche contra el destino
y se calce una mochila a la espalda de por vida (la excepción
a esta regla: Teté Delgado, rebelde por
naturaleza). La mochila en cuestión cargaba cientos
de objetos muy útiles, como el abrigo de Jerry
el de Parker Lewis o el bolsillo de Guybrush
Threepwood, y la valiosa cualidad de ser el único
elemento de Mochilo (junto a sus botas) que tenía
un color resistible, constituyendo un punto de fuga y
descanso para la vista cuando el plátano estaba
en primer plano. En realidad, este personaje era un secundario
de los que nos traumatizaron, ya que vivió siempre
a la sombra de los otros dos, y su muñequito era
el que menos se vendía en estancos y bazares del
país. En teoría era de Canarias, lo cual
hubiera supuesto el primer acierto de la serie (tras piñas
andaluzas y "fruta-cactus"), de no ser porque
la falta de esas motitas con la que la tele nos ha martilleado
años y años (¿recuerdan los anuncios
de Arguiñano?) deja la procedencia de Mochilo en
entredicho.
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¡¡Mi
Jason era un buen muchacho!! ¡¡Pagaréis
por su muerte!!
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Cierra el cuarteto estelar Kumba, la ñoñita.
Muchos han sido los comentarios sobre la inclusión
de una niña con coletas en un grupo de frutas,
ya que por lo que sabemos no caen de los árboles
(excepto Melody, que se cayó de un guindo).
En realidad, Kumba aportaba un componente humano a la
serie, para que los más pequeños de la casa
pudieran sentirse identificados, y más importante
aún, un personaje al que pudiesen raptar de vez
en cuando, fuente inagotable de episodios en cualquier
serie que se (des)precie. Personalmente, que en la tele
siempre fueran los niños los que se metían
en líos acabó por ofenderme, aunque no tardó
en pasárseme, al advertir que la otra opción
para un niño en la tele era ser un resabiado insufrible
como Punky Brewster o el jodío Webster.
A lo largo de esta larga y penosa serie, Kumba recibía
noticias y rumores de dónde podrían estar
sus padres, y junto con Pincho, Mochilo y Gazpacho (todos
con ch, para escupir bien al nombrarlos; me extraña
que la niña no se llamase Chumba), partía
hacia los más variopintos destinos en su busca.
Si mi hija pululase por ahí con un cactus, una
piña y un plátano que son casi igual de
altos que ella, yo también me perdería por
el mundo.
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La
teoría Abbey Road demuestra que Mochilo está
muerto: es el único que va calzado, y en
la mochila lleva su equipaje al más allá.
Viva la paranoia.
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Hoy, los malos serían los condenadísimos
alimentos basura, tales como hamburguesas y pastelitos
Bony. Pero por aquel entonces, el factor "enemistad"
se reducía, principalmente, a dos jabalíes
que cumplían con todos los tópicos que se
le puede pedir a un dúo maloso en estas tesituras:
el tonto-listo y el tonto-tonto. El tonto-listo siempre
hace las veces de jefe, es algo macarrilla, no escatima
en vejaciones para con su secuaz y, por listo, es el que
se lleva la mayoría de los trompalones (en este
caso, con un cactus en el bando contrario, está
claro cuál era el numerito más repetido).
En los Fruittis, para doblar la risa, el jabalí
jefe llevaba una cresta de punk, accesorio muy tenido
en cuenta en los currículum de villanos de la época
(miren a Bebop de las Tortugas Ninja, o a los malos
de los juegos de ostias). Al final, como siempre, uno
les acaba cogiendo cariño (hablo de ejemplos como
Dix y Bully o incluso Bulk y Skull),
y se hacen medio buenos; en un episodio, Pincho y Gazpacho
(suena a menú de feria malagueña, falta
el boquerón frito), viendo triste al jabalí
por sentirse gafe, intentaban animarlo. No estaría
de más que hubieran intentado mejorar su propia
animación y dejar de repetir planos al descaro.
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Un
televidente harto, "negociando" la retirada
de la serie.
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Aunque el pérfido por excelencia llevaba por nombre
Dr. Monus. Porque era un mono, lógicamente.
Y aquí volvemos a los nombres ad hoc que comentaba
antes, y es que si te llamas Pildorín o Cataplasma,
pues tienes que ser doctor. Y si te llamas Monus, pues
eres un mono. Y si te llamas Bjork, pues eres cargante.
La obsesión del Dr. Monus no era dar buena cuenta
de Mochilo, como habría sido de esperar; más
bien se trataba de un antepasado del conocido Mojo
Jojo, que llevaba a cabo planes rebuscados para putear
a la naturaleza y de paso sacarse algún dinero
(memorable aquel en el que planea robar el aroma a todas
las flores y fabricar uno artificial para venderlo y forrarse).
Teniendo en cuenta que los Fruittis le reventaban todos
los planes y nunca conseguía hacerse rico, no se
explica uno de dónde sigue sacando los fondos para
investigación y desarrollo de tecnología
perversa, pero tampoco vamos a pedirle peras al olmo ni
piñas a Córdoba. Huy qué gracia
tengo.
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Momento
de tensión dramática. El público
tiene la misma cara.
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A lo largo de más episodios de los que ustedes
puedan creer, los Fruittis vivieron un sinfín de
aventuras y realizaron numerosos viajes a parajes exóticos.
Y esto, básicamente, es lo que diría si
reviviera sus aventuras con cariñosa nostalgia,
o si estuviera diseñando la contraportada de un
DVD con sus episodios. La cruda realidad es que no tardaron
mucho en plagiarse a sí mismos, fotocopiándose
argumentos y repitiendo viajes sin ningún tipo
de pudor. Cada dos por tres volvían a Mexico, Canarias
o París, por citar algunos de los destinos más
comunes, o llegaban rumores de dónde podían
estar los padres de Kumba, que solían estar en
sitios de mucho frío que su hija visitaba siempre
en bikini. Debe de tener la piel de plástico.
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Bueno,
al menos alguien se lo pasa bien.
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Pareando argumentos, nos encontramos con un pantano en
el que los cocodrilos abusones reinan sobre las pobres
tortugas. En el siguiente episodio, seríamos transportados
a un jardín en el que los árboles ejercían
su despotismo sobre las taimadas flores. Por otra parte,
Gazpacho tuvo acceso dos veces a un genio de los deseos
con idénticos resultados. También la lluvia
que cambia la personalidad cayó dos veces sobre
el poblado Fruitti, y no podemos por menos que admirar
la originalidad de los guionistas al repetir el argumento
del poblado al borde de una catástrofe natural,
por lo que nuestros amiguitos tendrán que encontrar
una antigua piedra mágica para resolverlo todo
(y parece que yo pisa pan tostado, Indy). En esta línea
de homenajes, la fabulosa piña viajaría
al pasado, donde debía procurar que sus abuelos
se casaran (siempre creí que las frutas vivían
en pecado), y que una fuerza de uno coma veintiún
gigovatios cayera sobre el DeLorean. O sobre Kumba,
que habría molado más.
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Después
de tanta brasa para que volviese Humor Amarillo,
Gazpacho se quejó de los nuevos comentaristas.
Nadie se lo tomó bien.
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Como otras series "de éxito" (¿recuerdan
Seabert y Delfy?), los Fruittis también
se preocuparon por el medio ambiente; en un episodio,
ayudaron a un esquimal a espantar a unos cazadores de
focas. En otro, viajaron hasta Nueva York para convencer
al dueño de una factoría de que pusiera
una depuradora para no emponzoñar las aguas. Es
lo que tiene mezclar Ptaschup y Kolchkaptrato, que río
volverse melcocha. Una vez allí, Pincho y Gazpacho
(no podían ser otros) se convierten en estrellas
de la televisión americana, o sea, lo contrario
de lo que son aquí, y es entonces cuando Kumba
toma la sabia decisión de "ir a buscarlos,
antes de que la gente se dé cuenta de que son frutas".
Michael Moore no nos reveló nada que Kumba
no sospechara ya sobre la mentalidad yanqui.
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Así
que no fue Al-Qaeda
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También hubo hueco para amor, desamor y risas.
Bueno, para esto último no. Gazpacho se enamoró
de una coqueta piña francesa, y más tarde
haría lo propio con una princesa oriental que espero
no fuese una piña de Japón, porque ya sería
demasiado. A Pincho le tocó el turno con una cactus
periodista (bastante parecida a Mila Ximénez,
sobre todo por el cutis), a la que intentó encandilar
con ayuda de Gazpacho, que le soplaba poemas y ese tipo
de cosas que hacen gracia. De la vida romántica
de Mochilo no hay constancia; puede que Kumba y él
vivieran una romántica historia, aunque fuera por
matar el tiempo mientras Pincho y Gazpacho monopolizaban
la pantalla, pero no son más que suposiciones.
Me imagino que se enrollaría con Nuria Bermúdez,
como todo el mundo.
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La
nueva imagen de Mago de Oz.
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Como en viruete.com abogamos por la "musicalización"
mundial (más que nada porque uno de nosotros come
de ello), se hace ineludible la mención honorífica
a canciones tan deliciosas como "Pincho, Mochilo
y Gazpacho, vaya trío, los bichos al verlos se
quedan fríos" (imagino que con "los bichos"
se refería al público) o el tema principal,
con aquel pegadizo estribillo: "Somos blancos, somos
verdes, somos negros y amarillos, somos todos diferentes
y estamos muy unidos". Como se puede apreciar, inspiradas
rimas y profundos argumentos que recuerdan bastante a
las letras del ínclito Pau Donés.
Al menos los Trotamúsicos tenían ritmillo.
ea como fuere, a D'ocón Films debemos la
que, de puro cutre, se ha de convertir en la serie de
culto por excelencia. No sería de extrañar,
habiendo como hay fans de Ed Wood o Roger Corman, o teniendo
en cuenta que la mayoría de pintores clásicos
no vendió ni un cuadro en vida, y que lo más
importante que hizo Da Vinci fue prestar su nombre a una
tortuga ninja y su apellido a un libro que batió
records de lectura en transporte público. En resumen,
habiendo como hay tanta persona en el mundo con ganas
de reivindicar cualquier parida para ir de especialito.
Otro día repasamos las otras que hizo. Menos mal
que al final el tío anunció un alto el fuego.
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