Hay
tres cosas que, fruto de la corriente anglófila,
todo niño de los 80 ha querido ser: miembro de
un club (como la Monster Squad o Los Goonies),
dueño de un refugio secreto ultra-la-leche (como
la Batcueva o el Furgón de El Dioni)
y detective (como Sherlock Holmes o el Profesor
Mandarino). Y estas eran tres cosas que los héroes
juveniles de los que voy a hablar reunían. Comencemos
por la tarjeta de visita, una cartulina verde que los
lectores conocíamos bien y cuya aparición
esperábamos con sonrisa de complicidad:
LOS
TRES INVESTIGADORES
"Lo investigamos todo"
???
Primer Investigador
Júpiter Jones
Segundo Investigador
. Pete Crenshaw
Tercer Investigador
.. Bob Andrews
Júpiter
Jones, el orondo jefe a quien las ilustraciones interiores
de las novelas (de las portadas era mejor no fiarse) representaban
con una camisa hawaiana, la prenda favorita de los gordos
americanos (Sloth quiere a Gordi), era el
cerebro del equipo, muy observador y estaba dotado de
una gran agilidad mental (lo típico, atributos
físicos bajos, atributos mentales altos). De pequeño
fue un niño televisivo, a quien se conocía
como Bebé Gordito, lo cuál suponía
un trauma para él (normal, habría que ver
al que hacía del abominable Richie en Cosas
de Casa la cara que pone al verse ahora). Por
si eso fuera poco, era huérfano (no es de extrañar,
si mis padres me llamaran Júpiter los hubiera matado)
y vivía en una chatarrería propiedad de
sus tíos (que le trataban estupendamente, algo
impensable hoy, en pleno reinado de J. K. Rowling).
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Pete Crenshaw
era el cachitas del grupo, y como tal era el más
zopenco de los tres, aunque sin llegar al nivel de Averell
Dalton (los tópicos de siempre, los fuertes
son tontos y los débiles listos). Cuando había
una persecución, siempre era él el que corría
tras el fugitivo, y tal vez por eso era siempre el primero
al que atrapaban los malos, teniendo que rescatarle, por
turno, una vez Júpiter y otra vez Bob. Si al final
de cada novela Pete hubiera protagonizado un miniepisodio
educativo sobre por qué hay que decirles a tus
padres la verdad o mirar a ambos lados de la calle al
cruzar, a nadie nos habría extrañado. Dado
que vivían en Rocky Beach, California, no
resulta difícil imaginarse al bueno de Pete como
el típico surfero chuleta en plan A.C. Slater,
que participa en Los Tres Investigadores para hacerle
la rosca a los listos del colegio y que le hagan los deberes.
Bob Andrews,
también llamado Archivos (como siempre los personajes
con gafas tienen motes imbéciles, como CD, PC,
Database o el gordo de Nada es para Siempre,
que se llamaba Máximo, lo cuál constituye
un mote por sí mismo), era el encargado de investigación
periodística (lo que hoy en día supone hablar
con un par de mataos y que te cuenten con quién
se ha visto a Lara Dibildos), hemerotecas, bibliotecas
y todo eso que en los juegos de rol se resume con un par
de tiradas de REUNIR INFORMACIÓN. Pese a
que era un chico bastante atlético, para que no
hiciera sombra a Pete durante las primeras historias y
nos diera tiempo a cogerle cariño, al pobre Bob
le metieron un aparato en la pierna debido a un accidente
de esquí, escalada o parando un frasco de cristal
con el pie en la ducha, como Cañizares.
Nadie se reía de sus gafas porque el puteado del
grupo era Júpiter, estableciendo así la
jerarquía: el sobrepeso es el rey de los defectos,
por encima de la miopía.
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La chatarrería
Jones (bautizada como "Patio Salvaje" para que
parezca más molongo) era la excusa perfecta para
proveer a los chavales de un auténtico equipo detectivesco
(a pesar de que todos creíamos que con una lupa,
unas pinzas y el libro Cómo Hacer de Detective
de la Colección Ideas - de Bombero, sin
duda -íbamos a llenar Alcalá Meco de
maleantes), con teléfono y contestador, cacharros
para revelar fotos, microscopios, laboratorios de análisis
y un Spectrum sin tiempo de espera en las cargas.
Todo esto ya
era la leche de por sí, pero lo que ya lo convertía
en el verdadero Olimpo era su ubicación: EL CUARTEL
GENERAL, un viejo remolque alrededor del cuál los
chavales habían ido amontonando chatarra hasta
que los tíos de Júpiter, habían "olvidado"
que estaba allí (recurso similar al "No se
sabe cómo, escapó" que usan en las
pelis). Aquello suponía un refugio para los chicos,
que hasta sus propios padres desconocían (estupendo:
si un día se derrumba la chatarra encima de ellos,
tras dos angustiosas semanas de búsqueda a sus
padres les daría por mirar allí y se los
encontrarían más secos que una bacalada).
Para no perdérselas eran las cuatro puertas de
acceso que el lumbreras de Júpiter había
creado:
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La Puerta
Verde (si o preguntabais qué había tras
esa puerta, ya lo sabéis) y la Puerta Roja de
Robert o Puerta Roja Pirata. Ambas ocultas
tras sendos dibujos (un naufragio y un incendio, respectivamente
qué chicos tan siniestros) se abrían tirando
de un nudo disimulado en la madera. Lo de pirata no lo
entendí nunca; a lo mejor se habían bajado
la puerta del emule o algo así. El Túnel
Dos. El camino más secreto y también el
más incómodo, por tanto el más utilizado:
en una maniobra que Lance Henriksen emularía en
ALIENS, nuestros amigos retiraban una rejilla de hierro
tras la cual había un tubo, conectado directamente
con el remolque. Lo que en las novelas se resumía
en una frase corta, en la realidad debía de suponer
minutos de larga y angustiosa tortura para el pobre Júpiter.
Los Tres Tranquilos. Esta era la puerta más sosa
y menos utilizada. Tan sólo cuando necesitaban
entrar al cuartel con urgencia (a cagar, probablemente)
lo usaban, y en todas las novelas que cayeron en mis manos
creo que la mencionaban un par de veces. Básicamente
era una puerta vieja con una llave escondida por ahí,
idea copiada del castizo felpudo con llave debajo.
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Los interrogantes
de la tarjeta, otro punto obligatorio en las novelas,
eran su símbolo (como la Z del Zorro o las
tetas en las pelis de Pajares), que usaban para
indicar su paso por algún lugar (una suerte de
"Pete Was Here", en caso de haberse separado.
Para ello, contaban cada uno con un trozo de yeso (blanco
para Jupe, azul para Pete, verde para Bob), porque no
todo iban a ser cacharros de última generación.
Ya hubiera sonado a rechifla que tuvieran rastreadores
electrónicos como los que se sacaron de la manga
los guionistas de Spiderman cuando empezó
a darles vergüenza abusar del sentido arácnido.
Como "solo
no puedes, con amigos sí", los héroes
de Rocky Beach contaban con un elenco de aliados envidiable.
Así, los hermanos bávaros Hans y Konrad,
que además de trabajar en el Patio Salvaje acompañaban
a los chicos cuando había que repartir estopa en
plan Bud Spencer. Worthington, el chófer
del Rolls del que Júpiter había ganado el
derecho a disfrutar por un año (aunque más
adelante un cliente satisfecho se ofrecería a pagárselo
por tiempo indefinido; más o menos como Richard
Gere en Pretty Woman) en un concurso
de esos de adivinar el número exacto de judías
en un tarro (y no esa mierda de minimotos que regalan
aquí), aportaba algunas leches de vez en cuando
(una especie de invocación del Final Fantasy:
llega, zurra y se larga).
Reynolds,
el jefe de policía, una suerte de comisario Lestrade
sin mayor relevancia. Los padres de Pete y Bob, que hacían
lo que suelen hacer los padres arquetípicos: dar
buenos consejos, llevar en coche a sus hijos y hacerles
bocadillos, además de dar con la clave del misterio
involuntariamente las más de las veces. Y
ya para rematar, la colaboración desinteresada
de TODOS y cada uno de los niños de Rocky Beach,
que constituían una red de informadores equiparable
a los "Bajos Fondos" de Mortadelo, en
lo que llamaban la "Transmisión Fantasma a
Fantasma" (el nombre hoy se puede aplicar a la conversación
de los dos típicos canis que intercambian informaciones
como cuántas tías se ha cepillado cada uno
en el trimestre o la velocidad que ha llegado a coger
su coche atuneado).
Las aventuras,
siempre "misterios", solían incorporar
algo tradicionalmente siniestro (Misterio de la
Isla del Esqueleto), o bien extraño (Misterio
del Loro Tartamudo), o bien ambos (Misterio
del Éxito de Cradle of Filth). Como suele
pasar, los títulos cumplían la función
"llamada de atención", y en muy pocas
ocasiones el título era verdaderamente representativo.
Además, todas las apariciones terroríficas
(como el Caballo Decapitado, la Calavera Parlante
o Olympia Dukakis) eran siempre fruto del scoobydooísmo,
es decir, un disfraz, truco mecánico o eléctrico,
o que mediante claroscuros y sombras, una bicicleta vieja
puede parecer un mastín esquelético que
gruñe "Take me on" de
A-ha cada viernes por la noche.
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La línea
argumental partía, por lo general, de una de estas
bases: Un anuncio en el periódico, un amigo de
un amigo necesita ayuda o los Investigadores se cruzan
con algo sospechoso por pura casualidad (el llamado "Efecto
Se Ha Escrito un Crimen"; vamos, como para
coger el mismo tren que la señorita Fletcher,
cualquiera se arriesga
). Después, empiezan
las pesquisas y el malo (que suele ser un malo per sé,
rara vez el malo era uno haciéndose pasar por bueno)
los amenaza con que si no dejan de entrometerse, va a
haber lugumba. Siguen las investigaciones, e inevitablemente
uno o dos de los chicos desaparecen (capítulo que
en un arranque de originalidad solía llamarse "¡Prisioneros!"
o "¡Encerrados!"). Hay forcejeo,
son liberados, y llegando al desenlace, cuando todo está
claro para Júpiter, hay una persecución
en la noche y llegamos al inevitable final feliz, ese
que en la tele termina con todos riéndose y EXECUTIVE
PRODUCERS sobreimpreso en la pantalla. Seguro que lo malos
lo hubieran conseguido, de no ser por esos mocosos entrometidos
y su chófer.
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Aunque lo he
ido posponiendo, era inevitable hablar de otro gordo famoso
que hacía las delicias de nosotros, los lectores:
Alfred Hitchcock, a quien las portadas de las ediciones
españolas representaban con una cara de suplicio
que te daba penita el pobre hombre. Su nombre, que aparecía
más grande que el de los propios investigadores,
servía de reclamo a saber para quién, ya
que los niños tampoco nos dejábamos deslumbrar
por ese nombre que nos daba más o menos igual (si
hubiera sido Mr. T...). El bueno de Alfred, como
ya hiciera en "Alfred Hitchcock presenta
",
tenía a su cargo la introducción de cada
libro (o sea, lo que la mayoría nos saltamos) y
siempre aparecía en el último capítulo
para que los Tres Investigadores le explicaran el caso
(lo utilizaban para atar todos los cabos sueltos y de
paso que Júpiter todavía se regodeara más
en su perspicacia, y en que aún hay tíos
más gordos que él).
No obstante,
el director nunca tuvo una participación real en
el tema, sino que simplemente consentía (y "si
consiente no es delito", como ya sabemos
) que
usaran su nombre (más que nada porque no se cree
el rey del mambo, como Almodóvar), durante
las treinta primeras novelas. A la muerte del director,
y como signo de respeto, el personaje fue cambiado por
el escritor ficticio Héctor Sebastián
(Mastropiero), aunque en España parece ser
que los editores no se leían las novelas y seguían
sacando a Hitchcock en la portada, consiguiendo que el
que no supiera nada de la serie y cogiera un libro cualquiera
a partir del 31 ("Misterio del Mendigo de la Cara
Cortada", qué forma de decir que tiene una
cicatriz), se preguntara qué coño tenía
que ver Hitchcock en la ecuación (más o
menos lo que Salma Hayek en "El Mexicano").
El éxito
de los Tres Investigadores se tradujo en 43 novelas (1964-1987),
de las cuales sólo 10 pertenecían a William
Arthur, el creador (ay de quien crea que Matt Groening
todavía tiene algo que ver con Los Simpson), repartiéndose
el resto entre William Arden (pseudónimo
del escritor Dennis Lynds, mediocre autor de novelas de
misterio) y M.V. Carey. Otros escritores realizaron
sus aportaciones, como el tal Nick West (que se
podía haber dedicado a hacer caricaturas en la
Plaza Mayor), autor de dos de las peores entregas (Misterio
del Dragón y Misterio del León Nervioso,
la pesadilla de Ángel Cristo) y Marc Brandel ya
hacia el final de la saga, con tres novelas que no me
leí (y es que vaya títulos: "Misterio
de la Paloma Mensajera", "Misterio de la Ballena
Secuestrada"
).
Tras la publicación
en 1987 del "Misterio del Coleccionista Cascarrabias"
(que es el que se escandaliza si alguien lee los tebeos,
en lugar de guardarlos intactos en una bolsa de plástico),
y con algunas apariciones en la saga "Elige tu
propio misterio" (¿Quieres que Bob se
limpie las gafas? Pasa a la página 32), se decidió
jubilar a los tres héroes.Dos
años después, con los tres chicos jugando
al tute tranquilamente en su residencia, el desalmado
William Arden (que se debía de estar muriendo de
hambre), los metió en una francachela bautizada
"Crimebusters" (1989-1990) que fue dando
tumbos durante once libros (con poquísima gracia,
la verdad) hasta estrellarse antes del lanzamiento de
la duodécima aventura (que se llamaba "Lavado
de Cerebro" y se rumorea que utilizaba técnicas
sectarias para ganar lectores de forma oscura). En Alemania,
motivados por el heroicismo patrio (y ario) que representaban
los hermanos Hans y Konrad y las aventuras de Júpiter,
Pete, y Bob continuaron, en exclusiva para este país,
hasta 1998 (debe ser que en Alemania no hay Play Station),
alcanzando la friolera de 84 libros, lo que nos hace pensar
que los alemanes tratan por todos los medios de compensar
la quema de libros durante el III Reich.
Como para la
mayoría de los mortales los Tres Investigadores
desaparecieron en 1987, sólo nos queda de ellos
un nostálgico recuerdo (y en mi caso, más
de la mitad de los libros, herencia de mi hermano; no
sólo iba a servir para tirarse pedos en mi cara
y encerrarme en el baño a oscuras diciendo "uuuh,
que viene Freddyyyyy"). Aparte de eso, nada. Ni sangre,
ni Dallas
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