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Wally Week from Pyjaramarama 13-12-05

Hay tres cosas que, fruto de la corriente anglófila, todo niño de los 80 ha querido ser: miembro de un club (como la Monster Squad o Los Goonies), dueño de un refugio secreto ultra-la-leche (como la Batcueva o el Furgón de El Dioni) y detective (como Sherlock Holmes o el Profesor Mandarino). Y estas eran tres cosas que los héroes juveniles de los que voy a hablar reunían. Comencemos por la tarjeta de visita, una cartulina verde que los lectores conocíamos bien y cuya aparición esperábamos con sonrisa de complicidad:

LOS TRES INVESTIGADORES
"Lo investigamos todo"
???

Primer Investigador …… Júpiter Jones
Segundo Investigador ……. Pete Crenshaw
Tercer Investigador …….. Bob Andrews

Júpiter Jones, el orondo jefe a quien las ilustraciones interiores de las novelas (de las portadas era mejor no fiarse) representaban con una camisa hawaiana, la prenda favorita de los gordos americanos (Sloth quiere a Gordi), era el cerebro del equipo, muy observador y estaba dotado de una gran agilidad mental (lo típico, atributos físicos bajos, atributos mentales altos). De pequeño fue un niño televisivo, a quien se conocía como Bebé Gordito, lo cuál suponía un trauma para él (normal, habría que ver al que hacía del abominable Richie en Cosas de Casa la cara que pone al verse ahora). Por si eso fuera poco, era huérfano (no es de extrañar, si mis padres me llamaran Júpiter los hubiera matado) y vivía en una chatarrería propiedad de sus tíos (que le trataban estupendamente, algo impensable hoy, en pleno reinado de J. K. Rowling).

Pete Crenshaw era el cachitas del grupo, y como tal era el más zopenco de los tres, aunque sin llegar al nivel de Averell Dalton (los tópicos de siempre, los fuertes son tontos y los débiles listos). Cuando había una persecución, siempre era él el que corría tras el fugitivo, y tal vez por eso era siempre el primero al que atrapaban los malos, teniendo que rescatarle, por turno, una vez Júpiter y otra vez Bob. Si al final de cada novela Pete hubiera protagonizado un miniepisodio educativo sobre por qué hay que decirles a tus padres la verdad o mirar a ambos lados de la calle al cruzar, a nadie nos habría extrañado. Dado que vivían en Rocky Beach, California, no resulta difícil imaginarse al bueno de Pete como el típico surfero chuleta en plan A.C. Slater, que participa en Los Tres Investigadores para hacerle la rosca a los listos del colegio y que le hagan los deberes.

Bob Andrews, también llamado Archivos (como siempre los personajes con gafas tienen motes imbéciles, como CD, PC, Database o el gordo de Nada es para Siempre, que se llamaba Máximo, lo cuál constituye un mote por sí mismo), era el encargado de investigación periodística (lo que hoy en día supone hablar con un par de mataos y que te cuenten con quién se ha visto a Lara Dibildos), hemerotecas, bibliotecas y todo eso que en los juegos de rol se resume con un par de tiradas de REUNIR INFORMACIÓN. Pese a que era un chico bastante atlético, para que no hiciera sombra a Pete durante las primeras historias y nos diera tiempo a cogerle cariño, al pobre Bob le metieron un aparato en la pierna debido a un accidente de esquí, escalada o parando un frasco de cristal con el pie en la ducha, como Cañizares. Nadie se reía de sus gafas porque el puteado del grupo era Júpiter, estableciendo así la jerarquía: el sobrepeso es el rey de los defectos, por encima de la miopía.

La chatarrería Jones (bautizada como "Patio Salvaje" para que parezca más molongo) era la excusa perfecta para proveer a los chavales de un auténtico equipo detectivesco (a pesar de que todos creíamos que con una lupa, unas pinzas y el libro Cómo Hacer de Detective de la Colección Ideas - de Bombero, sin duda -íbamos a llenar Alcalá Meco de maleantes), con teléfono y contestador, cacharros para revelar fotos, microscopios, laboratorios de análisis y un Spectrum sin tiempo de espera en las cargas.

Todo esto ya era la leche de por sí, pero lo que ya lo convertía en el verdadero Olimpo era su ubicación: EL CUARTEL GENERAL, un viejo remolque alrededor del cuál los chavales habían ido amontonando chatarra hasta que los tíos de Júpiter, habían "olvidado" que estaba allí (recurso similar al "No se sabe cómo, escapó" que usan en las pelis). Aquello suponía un refugio para los chicos, que hasta sus propios padres desconocían (estupendo: si un día se derrumba la chatarra encima de ellos, tras dos angustiosas semanas de búsqueda a sus padres les daría por mirar allí y se los encontrarían más secos que una bacalada). Para no perdérselas eran las cuatro puertas de acceso que el lumbreras de Júpiter había creado:

La Puerta Verde (si o preguntabais qué había tras esa puerta, ya lo sabéis) y la Puerta Roja de Robert o Puerta Roja Pirata. Ambas ocultas tras sendos dibujos (un naufragio y un incendio, respectivamente… qué chicos tan siniestros) se abrían tirando de un nudo disimulado en la madera. Lo de pirata no lo entendí nunca; a lo mejor se habían bajado la puerta del emule o algo así. El Túnel Dos. El camino más secreto y también el más incómodo, por tanto el más utilizado: en una maniobra que Lance Henriksen emularía en ALIENS, nuestros amigos retiraban una rejilla de hierro tras la cual había un tubo, conectado directamente con el remolque. Lo que en las novelas se resumía en una frase corta, en la realidad debía de suponer minutos de larga y angustiosa tortura para el pobre Júpiter. Los Tres Tranquilos. Esta era la puerta más sosa y menos utilizada. Tan sólo cuando necesitaban entrar al cuartel con urgencia (a cagar, probablemente) lo usaban, y en todas las novelas que cayeron en mis manos creo que la mencionaban un par de veces. Básicamente era una puerta vieja con una llave escondida por ahí, idea copiada del castizo felpudo con llave debajo.

Los interrogantes de la tarjeta, otro punto obligatorio en las novelas, eran su símbolo (como la Z del Zorro o las tetas en las pelis de Pajares), que usaban para indicar su paso por algún lugar (una suerte de "Pete Was Here", en caso de haberse separado. Para ello, contaban cada uno con un trozo de yeso (blanco para Jupe, azul para Pete, verde para Bob), porque no todo iban a ser cacharros de última generación. Ya hubiera sonado a rechifla que tuvieran rastreadores electrónicos como los que se sacaron de la manga los guionistas de Spiderman cuando empezó a darles vergüenza abusar del sentido arácnido.

Como "solo no puedes, con amigos sí", los héroes de Rocky Beach contaban con un elenco de aliados envidiable. Así, los hermanos bávaros Hans y Konrad, que además de trabajar en el Patio Salvaje acompañaban a los chicos cuando había que repartir estopa en plan Bud Spencer. Worthington, el chófer del Rolls del que Júpiter había ganado el derecho a disfrutar por un año (aunque más adelante un cliente satisfecho se ofrecería a pagárselo por tiempo indefinido; más o menos como Richard Gere en Pretty Woman) en un concurso de esos de adivinar el número exacto de judías en un tarro (y no esa mierda de minimotos que regalan aquí), aportaba algunas leches de vez en cuando (una especie de invocación del Final Fantasy: llega, zurra y se larga).

Reynolds, el jefe de policía, una suerte de comisario Lestrade sin mayor relevancia. Los padres de Pete y Bob, que hacían lo que suelen hacer los padres arquetípicos: dar buenos consejos, llevar en coche a sus hijos y hacerles bocadillos, además de dar con la clave del misterio involuntariamente las más de las veces. Y ya para rematar, la colaboración desinteresada de TODOS y cada uno de los niños de Rocky Beach, que constituían una red de informadores equiparable a los "Bajos Fondos" de Mortadelo, en lo que llamaban la "Transmisión Fantasma a Fantasma" (el nombre hoy se puede aplicar a la conversación de los dos típicos canis que intercambian informaciones como cuántas tías se ha cepillado cada uno en el trimestre o la velocidad que ha llegado a coger su coche atuneado).

Las aventuras, siempre "misterios", solían incorporar algo tradicionalmente siniestro (Misterio de la Isla del Esqueleto), o bien extraño (Misterio del Loro Tartamudo), o bien ambos (Misterio del Éxito de Cradle of Filth). Como suele pasar, los títulos cumplían la función "llamada de atención", y en muy pocas ocasiones el título era verdaderamente representativo. Además, todas las apariciones terroríficas (como el Caballo Decapitado, la Calavera Parlante o Olympia Dukakis) eran siempre fruto del scoobydooísmo, es decir, un disfraz, truco mecánico o eléctrico, o que mediante claroscuros y sombras, una bicicleta vieja puede parecer un mastín esquelético que gruñe "Take me on" de A-ha cada viernes por la noche.

La línea argumental partía, por lo general, de una de estas bases: Un anuncio en el periódico, un amigo de un amigo necesita ayuda o los Investigadores se cruzan con algo sospechoso por pura casualidad (el llamado "Efecto Se Ha Escrito un Crimen"; vamos, como para coger el mismo tren que la señorita Fletcher, cualquiera se arriesga…). Después, empiezan las pesquisas y el malo (que suele ser un malo per sé, rara vez el malo era uno haciéndose pasar por bueno) los amenaza con que si no dejan de entrometerse, va a haber lugumba. Siguen las investigaciones, e inevitablemente uno o dos de los chicos desaparecen (capítulo que en un arranque de originalidad solía llamarse "¡Prisioneros!" o "¡Encerrados!"). Hay forcejeo, son liberados, y llegando al desenlace, cuando todo está claro para Júpiter, hay una persecución en la noche y llegamos al inevitable final feliz, ese que en la tele termina con todos riéndose y EXECUTIVE PRODUCERS sobreimpreso en la pantalla. Seguro que lo malos lo hubieran conseguido, de no ser por esos mocosos entrometidos y su chófer.

Aunque lo he ido posponiendo, era inevitable hablar de otro gordo famoso que hacía las delicias de nosotros, los lectores: Alfred Hitchcock, a quien las portadas de las ediciones españolas representaban con una cara de suplicio que te daba penita el pobre hombre. Su nombre, que aparecía más grande que el de los propios investigadores, servía de reclamo a saber para quién, ya que los niños tampoco nos dejábamos deslumbrar por ese nombre que nos daba más o menos igual (si hubiera sido Mr. T...). El bueno de Alfred, como ya hiciera en "Alfred Hitchcock presenta…", tenía a su cargo la introducción de cada libro (o sea, lo que la mayoría nos saltamos) y siempre aparecía en el último capítulo para que los Tres Investigadores le explicaran el caso (lo utilizaban para atar todos los cabos sueltos y de paso que Júpiter todavía se regodeara más en su perspicacia, y en que aún hay tíos más gordos que él).

No obstante, el director nunca tuvo una participación real en el tema, sino que simplemente consentía (y "si consiente no es delito", como ya sabemos…) que usaran su nombre (más que nada porque no se cree el rey del mambo, como Almodóvar), durante las treinta primeras novelas. A la muerte del director, y como signo de respeto, el personaje fue cambiado por el escritor ficticio Héctor Sebastián (Mastropiero), aunque en España parece ser que los editores no se leían las novelas y seguían sacando a Hitchcock en la portada, consiguiendo que el que no supiera nada de la serie y cogiera un libro cualquiera a partir del 31 ("Misterio del Mendigo de la Cara Cortada", qué forma de decir que tiene una cicatriz), se preguntara qué coño tenía que ver Hitchcock en la ecuación (más o menos lo que Salma Hayek en "El Mexicano").

El éxito de los Tres Investigadores se tradujo en 43 novelas (1964-1987), de las cuales sólo 10 pertenecían a William Arthur, el creador (ay de quien crea que Matt Groening todavía tiene algo que ver con Los Simpson), repartiéndose el resto entre William Arden (pseudónimo del escritor Dennis Lynds, mediocre autor de novelas de misterio) y M.V. Carey. Otros escritores realizaron sus aportaciones, como el tal Nick West (que se podía haber dedicado a hacer caricaturas en la Plaza Mayor), autor de dos de las peores entregas (Misterio del Dragón y Misterio del León Nervioso, la pesadilla de Ángel Cristo) y Marc Brandel ya hacia el final de la saga, con tres novelas que no me leí (y es que vaya títulos: "Misterio de la Paloma Mensajera", "Misterio de la Ballena Secuestrada"…).

Tras la publicación en 1987 del "Misterio del Coleccionista Cascarrabias" (que es el que se escandaliza si alguien lee los tebeos, en lugar de guardarlos intactos en una bolsa de plástico), y con algunas apariciones en la saga "Elige tu propio misterio" (¿Quieres que Bob se limpie las gafas? Pasa a la página 32), se decidió jubilar a los tres héroes.Dos años después, con los tres chicos jugando al tute tranquilamente en su residencia, el desalmado William Arden (que se debía de estar muriendo de hambre), los metió en una francachela bautizada "Crimebusters" (1989-1990) que fue dando tumbos durante once libros (con poquísima gracia, la verdad) hasta estrellarse antes del lanzamiento de la duodécima aventura (que se llamaba "Lavado de Cerebro" y se rumorea que utilizaba técnicas sectarias para ganar lectores de forma oscura). En Alemania, motivados por el heroicismo patrio (y ario) que representaban los hermanos Hans y Konrad y las aventuras de Júpiter, Pete, y Bob continuaron, en exclusiva para este país, hasta 1998 (debe ser que en Alemania no hay Play Station), alcanzando la friolera de 84 libros, lo que nos hace pensar que los alemanes tratan por todos los medios de compensar la quema de libros durante el III Reich.

Como para la mayoría de los mortales los Tres Investigadores desaparecieron en 1987, sólo nos queda de ellos un nostálgico recuerdo (y en mi caso, más de la mitad de los libros, herencia de mi hermano; no sólo iba a servir para tirarse pedos en mi cara y encerrarme en el baño a oscuras diciendo "uuuh, que viene Freddyyyyy"). Aparte de eso, nada. Ni sangre, ni Dallas…

 

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